martes, 6 de diciembre de 2022

Mi primer timple. Un Faycan

   Todavía recuerdo con emoción mi primer timple, tenía siete años. Fue un amor a primera vista. Aquel timple me llamaba mucho la atención por su forma tan peculiar. La habitación donde descansaba colgado olía a folclore, y me transmitía una energía ancestral que se introducía en mi cuerpo hipnotizándome en presencia de aquel instrumento. Tenía una joroba muy pronunciada y unas incrustaciones muy bonitas que llamaban mi atención.  No sé si por casualidades de la época, por el altibajo que estaba sufriendo nuestro folclore, por las habladurías de que si tocar el timple era de viejos, o de borrachos y otras cuestiones más que se decían en aquella década, hicieron que mi padre no me dejara tocar el timple. Me negaba la entrada al salón de mi casa donde tenía una variada de instrumento que tanto me llamaban la atención. A veces, el negarle algo a un niño que tanto reclama con ahínco hace que lo desees con más insistencia. Y así fue, la inocencia mía y haciendo caso omiso de las normas que me impuso mi padre, entraba tantas veces al salón y descolgaba el timple para furrunguiarlo a mi antojo un sin fin de veces, volviéndolo a colocar nuevamente en su posición original para que mi padre no sospechara de nada. Al final fue tanta a insistencia que mi padre cedió y me enseñó los primeros acordes y rasgueos en aquel timple tan deseado. Evidentemente le debo mucho a mi familia, pero también a constructor de aquel timple que me enamoró. 



Su constructor es Antonio Nuez Santana, que a sus 90 años de edad, lleva más de cuarenta años, construyendo sin ayuda de libros ni maestros, fabricando con sus manos su primer timple. El resultado no fue muy satisfactorio que digamos, pero constituyó a tener un oficio y sacar a su familia hacia delante. "Sonar, lo que se dice sonar, no sonaba mucho", dice Don Antonio al referirse a su primera obra. "Ahí me di cuenta que lo más difícil de este oficio es conseguir que las escalas musicales emitan sonido". Su empeño por mejorar lo que simplemente al principio se concebía como una afición le llevó a visitar ferias y agrupaciones folclóricas por el Archipiélago. "En aquella época me esforzaba para que la cejilla saliera alineada con el puente o por el acabado de la parte superior del timple. Mis timples por ejemplo, se caracterizan por tener puntas en formas de arpas pequeñas y puntitos en los trastes para que los tocadores puedan apoyar mejor los dedos", comenta. Eso sí, lo importante es añadirle un toque de cariño al final del proceso, "pues eso se nota de una sola mirada al instrumento", aclara Antonio. Durante su estancia en Venezuela, por motivos de trabajo, el artesano tomó nota de la receta para elaborar los cuatro, un instrumento de la familia de la guitarra que se utiliza en América Latina para acompañar al cancionero tradicional. Con el perfeccionamiento de sus mañas, Antonio ha logrado que las agrupaciones canarias utilicen este pequeño timple latino en su repertorio cotidiano. Ya retirado y jubilado de su oficio se lamenta de la ausencia de un relevo generacional familiar en este arte, pero orgulloso de todo lo que ha logrado.

                    

                     

David Rodríguez el majorero


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